viernes, 7 de diciembre de 2007



Una herida abierta, ruidos en el silencio, la noche opaca la vida, mi vida.

Olor de nunca más volver. Olor de muerte oscura, muerte estúpida.

Como estrellas fugases que cruzan el cielo, sobre mi cabeza: y mis manos en mis orejas.

El ruido se torna atroz.

La tierra me salpica. Los hombres tiemblan.

Oscuridad. Oscuridad. Más y cada vez más penetrando (en) mis ojos, mi cuerpo, cada espacio vacío del aire. Me tiro al suelo (o mejor, me dejo caer). La tierra esta mojada. No es raro. Me acurruco como un bebe. Me estiro. El frío del alma se torna intenso, el frío del viento lo conozco hace meses, ya es costumbre (una mala costumbre).

Me doy vuelta; panza a la tierra (panza de tierra).

ME DOY. Lloro (hacia mucho no experimentaba tal sensación) las lagrimas arden; me mojan y arden. Ese fantasma quiere arrancarme el pecho. Una sombra oscura se acerca a mí y me desprende de algo poderoso.

Lo veo frente a frente. Una imagen que se distorsiona, otra vez ese olor, no me había percatado que había dejado de prestarle atención, pero volví a hacerlo. En este momento nada ni nadie (creo) quiere estar solo.

Veo las estrellas reales, tiemblo cuando pasan las fugases.

Un ruido ensordecedor termina por aislarme de todo. Veo que vuelo y…

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